lunes, 12 de septiembre de 2011

"La eternidad... es solo una opción"

Capítulo 4 – Declaraciones

El resto de la semana fue realmente agotadora. Aproveché para ponerme al día con las tareas y trabajos que tendría que hacer para las próximas semanas y meses. Mi padre no sabía nada respecto a mí salida a Seattle con Thomas, mas bien, no sabía que iría con Thomas, y ya comenzaba a arrepentirme. Me dediqué a meditar a solas mientras estaba en mi pieza, había sacado unas cuantas ideas de lo que podría suceder si salía con él.
Sabía que Tyler estaría aquí este sábado, así que no dudaría en preguntarme que planes tenía y conocía muy bien cual sería su reacción si le contaba con quién saldría, sobre todo si esa persona era un chico del instituto.
Por lo que tendríamos que salir en mi camioneta… ¿Pero como llegaría hasta ella? No sabía donde vivía.
Ahora si estaba segura en inventar un tipo de enfermedad, o un accidente. Me reí a mis adentros.
-¿Srta. Lutz? -llamó mi atención el Sr. Morgan malhumorado-. ¿Podría resumirme lo que acabo de explicar?
Enrojecí de inmediato, algunos ojos se voltearon a mirarme, esperando en todo momento, que ocurriera algo embarazoso.
-Lo lamento, Sr.…
-Permítame disculparme, Sr. Morgan. Fue mi culpa haberla distraído, no volverá a ocurrir, se lo aseguro –me interrumpió.
Entrecerré los ojos producto de la sorpresa, deslicé mis dedos por una hoja de mi cuaderno y la giré delicadamente, y continué trazando líneas abstractas, levanté la vista para examinar el rostro del Sr. Morgan, de aspecto enfadado.
-Espero que no, Hardwicke –frunció el ceño-. Y usted, señorita Lutz, espero que atienda a las clases de ahora en adelante, es suficiente con ser nueva como para atrasarse en los temarios de mi clase.
Asentí en silencio, volví a bajar la cabeza y tracé otra línea.
-¿Me dirás en qué estabas pensando? –se dirigió a mí en voz baja.
-No.
-¿Por qué? –su tono se volvió curioso-. No me reiré –afirmó.
-¿Importa? –me dirigí hacia el, repentinamente molesta, no quería contarle sobre mis planes de rechazar nuestra salida a Seattle.
-Si, estoy interesado –sonrió.
Me volteé a mirarlo, dirigí un dedo hacia el frente y cerré los ojos.
-Déjame pensarlo.
Rió entre dientes, el comprendió. Me enderecé en la silla y luego me fui ladeando hasta poder mirarlo fijamente a los ojos, el estaba expectante y relucía sus dientes, repentinamente centelleantes, quedé en blanco.
Cerró la boca de golpe.
-¿Qué ocurre? –tensó su mandíbula.
-Lo de Seattle, sabes, me estoy arrepintiendo… -arqueó una de sus cejas-, no es que no quiera ir contigo, si quiero. Pero Tyler no está enterado y ya me he hecho una idea de como se lo tomaría, al parecer, nada de bien.
-¿No quieres decírselo?
-Creí que lo entenderías.
-De hecho, no. Yo podría hablar con tu padre.
-No –traté de ocultar el pánico de mi voz-. Eso complicaría mucho las cosas.
-No lo creo, puedo ser amable –se acercó hacia mi con una mirada acosadoramente coqueta, levantó las cejas y yo quedé sin habla.
Me dí cuenta de lo mucho más próximo que estaba cuando levanté la vista, se me había ido la respiración, por lo que traté de controlarla lo más disimuladamente posible.
Su cara se crispó como si hubiese tomado jugo de limón y se alejó rápidamente. Luego me dirigió una mirada sigilosa, yo estaba desconcertada.
-¿De qué hablábamos? –dijo con una rudeza aterciopelada.
No contesté, los segundos comenzaron a transcurrir mientras el se reía.
No, Alice, no puedes olvidarlo. Por favor recuerda, ¡no seas estúpida!, reacciona, solo es un chico, si, un apuesto y encantador, extremadamente reservado, misterioso y perfecto chico.
Inhalé aire y contesté pausadamente:
-No lo recuerdo.
Él se rió con una naturalidad sorprendente.
-Creo que estábamos discutiendo… Que no querías que le hablara a tu padre.
-Exactamente.
-¿Temes a que te castigue de por vida, o que, te encierre en una torre? –preguntó con sarcasmo.
-Nada de eso –dirigí un dedo hacia un extremo de mi labio-. Aunque es lo más probable.
-Estás exagerando –bufó.
-Quizás.
El timbre me sobresaltó de repente, miré hacia la puerta repentinamente abierta y me giré hacia un lado, para escapar de la mirada de Thomas, tomé mis libros y cuadernos rápidamente y en mi plan de fuga, un escritorio mal ubicado me sorprendió de repente, haciéndome tropezar. Me sujeté rápidamente contra la puerta y en lo que frenaba mi caída, lo que llevaba conmigo se estampó contra el suelo.
Observé llena de pánico y con resentimiento las cosas en el suelo, no me atrevía a recogerlas, a pesar de que no había nadie detrás de mí, que hubiese notado mi accidente.
Me agaché de a poco y estiré mi mano para recoger el libro de biología, este se esfumó por arte de magia y busqué la causa de su desaparición.
Unos cálidos ojos dorados se posaron sobre los míos.
-Debes tener cuidado –hizo una mueca extraña, tratando de contener una risita-. Los escritorios son muy peligrosos.
Sonrió divertido, tomé mis cosas sin hablarle y salí por la puerta, aparentemente apurada y sonrojada.
-¡Espera! –gritó a mis espaldas.
Frené en seco y me giré lentamente, le miré tensa, el estaba justo a un metro de distancia.
-¿Qué?
Suspiró.
-¿Estás molesta conmigo? –dijo con tono entristecido.
Porque puede él, poder romper toda mi concentración. Grité hacia mis adentros.
-No lo estoy –le sonreí tratando de alegrarlo-. Pero debo apurarme. Emily puede estar complicada con sus nuevos horarios, y supongo… que querrá mi ayuda –dije nerviosa.
-O estás tratando de escapar de mí, e inventar una excusa rápida para irte con facilidad –sonrió.
-No –dije rápidamente.
Me giré y comencé a caminar con cuidado, tratando de verme lo más relajada posible, el sensible tacto helado que recorría mi muñeca hizo que me estremeciera y me volteara a ver.
Su mirada se endureció.
-¿Me acompañarás? –espetó con el ceño fruncido.
-Eso depende –aparté el cabello de mi cara y lo coloqué detrás de mi oreja.
Rió con suavidad.
-¿De qué?
-De muchas cosas –me giré y comencé a caminar.
Él se colocó enfrente de mí evitándome la pasada.
-Dímelo –sonrió.
-Tyler podría castigarme –sonreí con malicia.
-¿Lo haría?
-No lo sé.
-¿Qué piensas hacer? –entrecerró los ojos.
Traté de no reír para que todo funcionara bien, pero no lo logré, liberé un suspiro mientras intentaba ocultar una risita.
-Hasta el momento nada –sonreí con ganas-. Pero un resfriado puede cambiarlo todo.
Arqueó una ceja.
-¿Estuviste ideando excusas para faltar?
-Si.
Retrocedió unos pasos mientras vacilaba en lo que iba a decir.
-¿Por qué?
Miré hacia el suelo, moví de forma nerviosa mis zapatillas Converse en el suelo y luego alcé la vista, el no se había movido.
-¿No quieres ir? –inquirió.
-No, no es eso –insistí.
-¿Entonces?
-No es nada, si iré Thomas –dije casi fastidiada, el sonrió fascinado.
-Eso era todo lo que quería oír –rió entre dientes.
Le fulminé con la mirada, dí unos pasos hacia adelante y le esquivé cuando se proponía a cruzarse nuevamente.
-Lo de Emily, ¿Podrías postergarlo para otro día? –Me miró de reojo mientras me evitaba por milésima vez la pasada-. ¿O es tanta la urgencia de tu presencia para que pueda resolver sus… horarios? –finalizó.
-Puede sobrevivir sin mí.
-¿Te parece acompañarme un momento? –me tomó de la mano y me guió hasta la salida del instituto.
-¿Qué hay de las clases?
Sabía que no era lo suficientemente fuerte como para atreverme a soltarme de su mano, pero tampoco era lo bastante valiente como para no ir a clases, miré desesperada hacia el interior del instituto y el notó mi nerviosismo.
-No te preocupes, hablé hace un rato con la Sra. Manson. Y le dije que no asistirías, no tuvo ningún inconveniente y aceptó de todos modos.
-¿Qué excusa le dijiste? –tartamudeé.
-Que te sentías mal como para asistir en ese horario, que te llevaría a casa para que te mejoraras.
-Al menos era creíble –reí-. ¿Hacia donde me llevas?
-Es una sorpresa –sonrió.
Me tomó nuevamente de la mano, esta fría como el hielo me trasmitió una descarga eléctrica que me hizo estremecerme, él la apartó rápidamente, y vaciló durante unos segundos.
Se la agarré con fuerza, el se sorprendió, escondí mi vista, estaba avergonzada por mi atrevimiento.
Se rió entre dientes y las levantó mientras las observaba, luego cuando estuviese convencido de que sí estaban entrelazadas las bajó nuevamente, sin soltarlas.
-No te preocupes –me susurró al oído.
Me llevó hacia su Volvo y avanzó saliendo del aparcamiento y dirigiéndose hacia la carretera.
Antes de que desapareciera el instituto tras nosotros, observé mi camioneta estacionada en la esquina que siempre solía frecuentar.
-¿Qué ocurrirá con mi camioneta? –le miré sorprendida.
-Kristen la llevará a tu casa luego de las clases. Si te preocupa Tyler, ella la llevará cuanto antes.
-No, está bien.
Estuvo mirando fijamente hacia el frente, sin apartar en ningún momento la vista hacia la carretera, durante todo el trayecto no hizo más que suspirar y negar con la cabeza. Me miró mientras jugaba con un mechón de pelo y sonrió.
-¿Tu madre aún está en Forks? –dijo de repente.
-Si. Aunque se irá dentro de poco –suspiré, yo no quería que mi madre se fuera, pero, por otro lado, yo quería que estuviera más tranquila, que fuera feliz.
-¿Qué opina ella sobre… tus pretendientes? –frunció el ceño.
¿Me estaba preguntando sobre la opinión de mi madre? No, no podía ser eso, él quería llegar a otro punto, unos suaves tonos rosados comenzaron a reaparecer en mi rostro.
-¿Por qué lo preguntas?
-Quizás ella no te permitiera estar con, alguien peligroso –vaciló.
-¿Peligroso? –Arqueé una ceja-. ¿Un delincuente o asesino en serie? ¿Un psicópata o anarquista?
Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza.
-Podría ser una opción, pero no es a donde quiero llegar. Me refiero, a alguien que, no sea bueno para ti, que te haga daño inconscientemente –suspiró nuevamente.
-La idea es que yo escoja con quien quiero estar ¿no? –Fruncí mis labios-. Lo demás es solo una apariencia.
-¿Apariencia? –inquirió.
-Si, me refiero, a que algunas personas no son peligrosas en verdad, pero… sin embargo, crean una figura, una personalidad que ahuyenta a los demás instantáneamente –dirigí mi mano hacia la radio, pero él ya la había alcanzado cuando vio mis intenciones, sacó un CD y lo colocó rápidamente, a una velocidad increíble, como si lo hubiera hecho miles de veces, sin parar. Luego bajó el volumen preciso para dejarlo como música de fondo.
-Te equivocas –me sostuvo la mirada por unos segundos.
-¿En qué?
-En este caso, si es peligroso –concluyó con voz sombría.
-No lo entiendo –pestañeé confundida.
-Eso es lo que más me aterra –suspiró-. No te das cuenta, pero tampoco quiero que lo hagas.
-¿Darme cuenta de qué? –le miré a la espera, el contestó a mi mirada, y me observó quieto mientras manejaba.
-De lo peligroso que es todo esto, pero sin embargo, acá estás y lo peor de todo… es que aquí estoy contigo –hizo una mueca de dolor.
-¿No quieres estar conmigo? –Comenzó a hacerse un nudo en mi garganta, y necesitaba hablarle, tenía que armarme de valor para continuar, inspiré hondo-. Vale, solo tienes que decirlo.
-No, claro que si quiero estar contigo –apretó las manos contra el volante-. Es solo que no quiero hacerte daño.
-Tú no me haces daño, Thomas.
-No de la forma en la que crees –bufó.
-Frena –le ordené mientras sujetaba la puerta para abrirla apenas se detuviera.
-¿Qué? –dijo con voz alarmada, disminuyó la velocidad, y bajé rápidamente.
Necesitaba pensar, me sentía horrible, no sabía a qué se refería con que era peligroso y que me hacía daño, no lo era. Pero tampoco comprendía del todo, porque sin siquiera conocerlo, me afectaba de tal modo como si estuviéramos juntos toda la vida. Supongo que era una desilusión, debí de hacerle caso a Sarah, al parecer, ella tenía razón. Una lágrima se me escapó y recorrió suavemente mi mejilla, me la sequé con rapidez, pero no era de pena, sino que de rabia. Una de las cosas que siempre había detestado, era que cada vez que me enojaba a tal intensidad, se me escapaban lágrimas.
Me detuve sin mirar atrás, observé los árboles que parecían cincelados de algún paisaje artístico digno de todo un museo, atrás los cerros y montañas repletas de nieve habían hecho de este lugar un magnífico panorama. Suspiré, todo era tan verde, y había tan poco sol, de todas maneras, extrañaba Jacksonville… Aunque allá el aire era mucho más húmedo y era una de las cuantas cosas desagradables a la cuales nunca me acostumbraría.
Me senté en una roca que estaba próxima, sin darme cuenta de que Thomas había estado a mi lado todo este tiempo, estaba horrorizado, era incapaz de saber que significaban ahora sus expresiones, entonces recordé, que me había llevado a salir precipitadamente del coche.
-No llores –musitó dulcemente, tomándome de las manos y atrayéndome hacia él.
Cerré los ojos mientras me presionaba tiernamente contra su pecho, era como si fuéramos diseñados perfectamente el uno con el otro, era un lugar perfecto por el cual estar toda la eternidad, uno en el que no importaba luchar o morirse, si, ese era el precio justo que cualquier chica daría.
-Lo siento, fui muy estúpido al decir eso… Pero esto se me va de las manos –tuve que alcanzarle la mirada para poder ver con claridad cuales eran sus expresiones, estaba triste, tenía unos ojos desconsolados, parecía destruido-. Ya ni siquiera se que hacer.
-Deberías explicármelo de una sola vez ¿sabes? –me aparté lentamente y me solté de sus brazos.
-Es muy complicado –su voz parecía aterrada.
-¿Por qué? –insistí-. Solo dímelo, lo entenderé.
-Es porque temo a que te vayas, Alice –suspiró-. No quiero perderte, he estado esperándote por tanto tiempo, y soy lo suficientemente egoísta como para no dejarte ir, y he estado luchando con esto, una y otra vez. Pero es tan complicado, ahí estás tú, buscándome con la mirada y no me resisto a hablarte.
No podía dejar de mirarlo, ni siquiera me había atrevido a respirar, memoricé sus palabras cuantas veces podía, pero nuevamente no calzaban, él no podía fijarse en mí, cualquiera que lo viera en tercera persona se daría cuenta de que seríamos una pareja dispareja. Él completamente hermoso, una estrella de cine en persona, y yo, una chica común y corriente, no, menos que eso.
-¿Por qué habría de irme? –bajé la cabeza, pero él me levantó delicadamente con los dedos y me observó fijamente, sus ojos intensamente dorados, que comenzaban a oscurecerse, me traspasaron cuantas veces me miraba, sentía como nadaba en ese mar de miel, no podía ni pestañear.
-Alice –musitó tiernamente-. No soy normal, ni siquiera lo que parezco ser.
-Algo así como… ¿Persona? –fruncí el ceño confundida.
-Creo que humano, sería una buena definición de lo que trato de decirte… si, esa sería la palabra perfectamente contraria a mí –sonrió frustrado.
-¿No eres humano? –le miré perpleja.
Yo sabía que no era normal, pero ¿no era humano? No sabía ni por qué no me sorprendía.
-No –observó mi reacción por unos segundos, luego sacudió la cabeza.
-¿Qué ocurre?
-Ni siquiera te sorprendes, Alice –me miró de reojo mientras caminaba-. A estas alturas deberías estar corriendo aterrorizada como todo el mundo lo suele hacer.
-Vale, pero yo no soy todo el mundo –le corregí.
-Si, eso lo tuve claro desde que te conocí –sonrió.
-¿Por qué? –inquirí con curiosidad.
-Por que hasta este momento, ni siquiera en mi vida –dudó-, en mi existencia… Alguien me habría atraído y fascinado tanto como tú lo haces hacia mí. Si pudiera describir con una palabra como me haces sentir, Alice. Ni siquiera una palabra podría representarlo.
Me agarró de la mano nuevamente mientras se acercaba.
-Y ahora creo que ya llegamos, mira, ven –me guió hacia un sendero oculto tras los árboles.
Le seguí mientras trataba de caminar estable, temiendo en cada momento, tropezarme y caerme contra la tierra húmeda o musgo bajo los árboles y rocas. También temía que se riera de mí, aunque no era muy probable, pero no era atlética, ni siquiera podía pensar en correr sin caerme siquiera.
-¿Me dirás ahora? –miré a nuestro alrededor, las oscuras sombras, debido a la espesa vegetación que cada vez más se acrecentaba, ahora, unas líneas en el horizonte verdoso comenzaba a ser amarillo y cada vez más claro, al parecer, aquí en Forks, si existía un lugar donde hubiese sol.
-Es un lugar que suelo frecuentar cuando quiero estar solo, es donde puedo alejarme del bullicio mental que me provoca la gente, en verdad, cuando quiero concentrarme en algo, aquí es el lugar indicado –vaciló-. También he venido bastante cuando te conocí.
-Aún no me has dicho lo que eres –recordé.
-Se detuvo en un lugar donde el sol apuntaba directamente, y todos los colores, entre los blancos, amarillos y violetas de aquellas flores silvestres lo hacían aún más mágico, el se detuvo apoyado en un árbol y me indicó a que avanzara. Embocé una sonrisa mientras miraba de un lado a otro el circulo de árboles que lo conformaba, el pasto alto y el perfecto sonido de un arrollo cercano, no habían palabras para compararlo.
Entonces me dí vuelta, el no se había movido del árbol.
-¿Qué ocurre? –me senté entres las flores-. ¿Por qué no vienes?
Negó con la cabeza.
-¿Qué crees que soy? –dijo en voz alta, mientras suspiraba ruidosamente.
-Bueno, he pensado en varias opciones –fruncí el ceño.
-¿Varias?
-Si –admití-. De todos modos eres demasiado perfecto como para ser un chico de diecisiete años.
-No es que tú representes esa edad –rió.
-Bien, lo admito, siempre me han dicho eso –sonreí-. ¿Qué edad tienes?
-Diecisiete –dijo seriamente.
Entonces todo calzó de repente, me acordé de las historias que me contaba de pequeña Alex y su padre, unos recuerdos completamente desechados, no creía hasta ese entonces, y ahora todo tenía sentido.
Los fríos, seres que no salen a la luz del sol mientras haya humanos cerca, no comen nada, beben sangre humana, son increíblemente rápidos y tienen una fuerza sobrehumana. Recordé como se esfumaba mi libro de Biología, como apartaba sus manos rápidamente y como deducía mis intenciones y las realizaba antes que yo. Como era capaz de luchar contra mis fuerzas y atraerme hacia él sin esfuerzo alguno, como aparecía de la nada. Y cuando se había alegrado de que este fin de semana, no hubiese sol.
-¿Hace cuanto tiempo? –fruncí el ceño, completamente nerviosa.
-Bastante.
-Oh –susurré en voz baja-. Se lo que eres, Thomas –levanté la voz.
El se aproximó unos pasos, deteniéndose precisamente en el lugar donde terminaban las sombras. Esperó a que hablara.
-Un… vampiro –le miré fijamente, el alzó las cejas sorprendido y luego avanzó un paso más, interesado.
-¿No tienes miedo?
-No… bueno, tú no me harías daño –suspiré.
-No puedo creerlo –frunció el ceño-. Lo tranquila que estas.
-¿Entonces es cierto? –le miré a la espera.
-Si, eres la única humana que está al tanto de esto ¿sabes? –Frunció los labios-. Sin embargo no me sorprende.
-¿Te quemas a la luz del sol? –me arrodillé para verle un poco más de cerca.
-No –rió-. Es algo completamente diferente, pero sin embargo, no puedo estar en él, con alguien cerca.
-¿Entonces no te quema?
-No, es solo un mito –sonrió.
-¿Por qué no puedes mostrarte, entonces?
-Prométeme que si me muestro, no te irás –suspiró.
-Lo prometo.
Se aproximó unos pasos más y cruzó la línea oscurecida poniéndose ante el sol, entonces todos mis sentidos y mis pensamientos se bloquearon y la increíble figura de Thomas se vio sumida en un resplandor indescriptible, no podía alejar la vista de él, tampoco podía creerlo, todo había pasado tan rápido, pero sin embargo sentía como si todo este tiempo, desde que lo conocí, fueran años, toda una eternidad.
El sonrió expectante y con su mano reluciente tomó la mía y se sentó a mi lado sin soltármela. Su cuerpo centelleaba como miles de diamantes incrustados a través de todos los lados expuestos al sol y el me observaba sin dejar de contemplar mis reacciones.
Estaba segura de que nunca me cansaría de verlo

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